25 de febrero de 2009

Crítica: JCVD

Que Jean-Claude Van Damme es uno de los máximos exponentes del cine de acción de los 90 es algo innegable, como también lo es que se ha convertido en un actor venido a menos. Las grandes compañías cinematográficas ya no quieren realizar películas en las que tíos cachas machaquen a base de mamporros al grupo de malos sin apenas despeinarse. Ni tampoco los espectadores. El que un día se convirtió en un héroe de la pantalla, hoy es un juguete roto al que ningunean aquellos que, tiempo atrás, lo encumbraron.

Bajo esta premisa se inicia este falso (o no) biopic llamado JCVD, en el que la estrella belga se vé envuelta en el secuestro de una oficina de correos. ¿Y cómo ha de reaccionar una estrella de acción de su calibre, en su país natal, cuando la pistola que le apunta no es de fogueo, ni los rehenes actores?

Aquí se desarrolla el film, dirigido de forma resultante por Mabrouk El Mechri, en el que podremos ver como Jean-Claude abandona las artes marciales para adquirir un tono dramático y, a lo largo del film, "desnudarse" ante la cámara. En especial, cuando en un momento de la película, cuando cree haber tocado fondo, nos relata su rápido y a la vez fugaz estrellato, su inmersión en el mundo de las drogas, sus fracasos en el terreno económico, sentimental...y en el de padre. Así repasando todos los puntos negros de su vida hasta acabar derrumbándose y soltar una lágrima. Porque Van Damme no está hablándole a una cámara, sino a cada uno de los espectadores que le está viendo en ese momento, los cuales ya lo hemos condenado, tal y como nos dice en el film.


Una tragicomedia en la que todo encaja a la perfección, empezando por el cuerpo de policía y acabando en el papel que realizan los atracadores y rehenes, sin eclipsar ni empañar el que realiza Jean-Claude. Un buen papel en un registro totalmente desconocido para él si nos fijamos en su (extensa) filmografía.

Y es que no se trata de alguien diferente, sino de una persona con sus miedos, inseguridades, temores, preocupaciones y alegrías, como cualquier ser humano. Y aquí se le rinde un sentido "homenaje" que hay que ver sin prejuicio alguno. Van Damme con este film consigue evocar al Ave Fénix, resurgiendo (a destacar la escena del juzgado y la del taxi).

En fin, resumiendo: dejad que Jean-Claude Van Damme os de una explicación mediante este film.

Calificación: 6'5

PS: Mañana este blog cumple un año. A ver si para este segundo me pongo como propósito actualizarlo más regularmente.

23 de febrero de 2009

De vuelta al blog: Pablo Motos me cae gordo

Después de un largo de silencio, de una ausencia prolongada en lo que al blog se refiere, he vuelto. Y esta vez, espero, será para quedarme. Y es que en los últimos meses ha habido "demasiada actividad" en mi rutina diaria, y no tenía ni inspiració, ni excesivo tiempo que dedicarle a este modesto espacio. Pero eso ahora ha cambiado. Todo vuelve a la normalidad.

Estaba dudando entre muchos y variopintos temas con los que emprender una nueva entrada: empezando por un reciente y genial viaje a Carcasonne que realicé el fin de semana pasado con la persona más especial que tengo, y acabando en la ceremonia de los Óscar. Pero mientras tomaba la decisión y miraba de reojo el televisor, me he topado con El Hormiguero, y ahí me he decidido: un programa dinámico, divertido, con muchísimo ritmo, con colaboradores divertidos y espontáneos... pero con un presentador con excesivas ansias de protagonismo: Pablo Motos.

No lo voy a negar, Pablo Motos siempre me ha encantado porque, además de ser un gran profesional, siempre ha conseguido dibujarme una pequeña sonrisa en el rostro, y eso es algo queme sucede con pocos de los llamados "cómicos" de este país. Lo descubrí presentando el programa matinal No somos nadie en M80, y lo seguí con algo de regularidad tanto en lo que a radio se refiere, como en sus intervenciones en El Club de la Comedia, hasta que abandonó ambos para emprender el proyecto de El Hormiguero en la recién nacida Cuatro. Y luego ahí consiguió captar mi total atención.


Surgía un programa nuevo, rompedor, con un ritmo desenfrenado, divertido, fresco... pero también, y es solo una opinión personal, demasiado ruidoso (excesivos gritos y bailes sin sentido alguno) y con unas entrevistas desastrosas en las que lo que menos importa es la opinión del invitado (aún me vienen a la mente la que le hicieron a Batista, wrestler de la WWE; o a Matt Dallas, protagonista de la serie Kyle XY). Pero como todo producto, siempre tiene sus más y sus menos, y no tardó en triunfar en la recién nacida cadena, catapultando a Pablo como una de las estrellas de Cuatro. Y ahí fue cuando empecé a aborrecerlo.

El elemento clave de los experimentos químicos lo ponía él; en las entrevistas intentaba no quedar eclipsado por el invitado, dejando constancia de que, más que un humorista, ya es un showman; muchas de las bromas giran entorno a su figura y a cosas que hace o hizo tiempo atrás (véase un anuncio de Colgate); etc. Eso sin olvidarme del montón de minutos que dedicaron a ver como él, que físicamente era un esmirriao, se convertía en un geyperman cachas y guaperas. El ver programa tras programa como la figura de su presentador toma excesivo protagonismo es lo que ha hecho que ya no vea con la misma regularidad El Hormiguero. Y es lo mismo que ha provocado que cuando escuche el nombre de Pablo Motos se me haga una bola en la garganta, como si de un empacho de polvorones se tratase. Ojalá, pronto, cambie el rumbo del programa y vuelva a sus inicios. De lo contrario veremos como el mito de Narciso, de Ovidio, toma forma en pleno siglo XXI.

P.S.: Y mañana, a ponerme al día visitando vuestros blogs. ¡Hasta pronto!
 
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