19 de mayo de 2008

Nostalgia (2a parte)

Hará cerca de dos meses que escribí una entrada en la que recordaba aquellos objetos que marcaron mi niñez y la de mucha gente. Esos objetos sin los cuales, para bien o para mal, hoy no seríamos lo que somos, y a los cuales quiero recordar en este humilde blog. Así que tal y como hice tiempo atrás en esta entrada, continuamos con el repaso a mi generación:

El push-pop: Esto consistía en una barra de caramelos de diferentes sabores (a cada cual más asqueroso) metida dentro de un cilindro de plástico, y que se sacaba al exterior metiendo el dedo dentro, y chupando posteriormente el caramelo como si fuera un chupa-chups. ¿Qué ocurría? Pues que las babas que quedaban en el caramelo descendían y se colaban por el cilindro hasta dejarte el dedo totalmente pegajoso. Pero bueno... por 150 pesetas merecía la pena. Y además traía un regalo, que podía ser o un muñecajo de plástico horrible (habitualmente eran ranas) o una pelota saltarina.

El miko-lapiz: No tenía secreto, era un helado con forma de lápiz que llevaba incrustado enmedio una barrita de chocolate imitando la tradicional mina de los lapices. Iba envuelto en un cilindro de cartón, y para poderlo comer había que impulsar de la base hacia arriba, provocando que todo lo que salía del cartón, en caso de estar algo desecho, chorreara por los lados. Los lamparones en la ropa estaban asegurados.

Los drakis: ¿Quién no ha comido alguna vez? Esas patatas con forma de dentadura de Conde-Drácula (aunque al verlas nadie lo diría... parece más la dentadura de un mellao) impregnadas de queso. Salieron poco tiempo antes de la Pandilla Drakis (otra de la época y que ha sobrevivido al paso del tiempo, las patatas con forma de fantasma y murciélago). De los drakis quien más se acuerda es mi madre, ya que el aroma que desprendían al abrir la bolsa se quedaba impregnado en toda la casa. ¿La parte buena? Pues que al ser tan y tan pastosas, con lo que se te quedaba pegado entre los dientes podías comer durante un par de días más.


Los monchitos: Por lo que dicen, hoy en día aún puede encontrarse en las tiendas. Se trata de arroz inflado, sabor a jamón serrano, unos cuantos aditivos, y porquerías varias que jamás llegué a descifrar. Era buenísimo, y su precio aún mejor: 15 pesetas. Los domingos en mi niñez me escapaba hasta la confitería en la que lo vendían y me compraba 8 o 10 paquetes, los vaciaba en un bote, y me los metía entre pecho y espalda mientras miraba películas de dibujos animados. Y así estaba yo con tanto "jamón" de los monchitos: me corría el tocino por las venas. Puro michelín oiga. Llevaban una etiqueta que anunciaba "miles de premios en el interior". Me gustaría saber qué premios eran, y si realmente existían, puesto que no sé de nadie que los encontrara.

Los Toi: Para acabar esta entrada, algo que no es comestible (aunque lo regalaban con un alimento). Se trata de las pegatinas de los Toi, una especie de alienígena verde llamado Toi que aparecía en cada cromo con un cartel describiendo la acción o el gesto que llevaba a cabo en ese momento. Había centenares de ellos, y los regalaban con cada bollycao, la merienda estrella de la época. Seguro recordaréis las carpetas forradas con cromos que llevaba mucha gente al colegio. Y diciendo, además, que regalaban un cromo con cada bollycao, podemos deducir que el colesterol y el sebo estaba presente en los organismos de la mayoría.
Pese a tanta guarrería, no recuerdo ninguna alarma social en los medios de comunicación ni en asociaciones de tontosdelaba proclamando que se avecinaba una generación de obesos, totalmente al contrario de lo que ocurre hoy en día. Será que antes dedicábamos el tiempo a jugar a la pelota, ir en bici, desenterrar sapos, o construir cabañas. No como ahora, que lo más físico que hacen los críos es grabarse con el teléfono móbil mientra se dan de hostias.

Proximamente una tercera parte. ¿Cuándo? Npi.

14 de mayo de 2008

Empezando el camino

Seré directo y soez, no me voy a andar por las ramas: Me cago en la puta. Acabamos de recibir una carta en la que se nos informa que, debido a la subida del IPC, deberemos abonar en materia de alquiler del piso 40,50€ mensuales a los ya 900€ que veníamos pagando desde el año anterior. Casi ná. Cerca de 160.000 pesetas de las de antes por un mes de alquiler; teléfono, gas, agua y electricidad aparte. La suerte es que ese importe es a dividir entre 4 personas, pero queda claro que la vida en Barcelona (y en muchos otros puntos del territorio) se está convirtiendo en artículo de lujo. A este paso pronto habrá que pedir permiso para respirar algo del oxígeno que aún nos queda en la ciudad.

Total, que después de leer la carta y empezar a pensar en que se acabó comprar alimentos que no sean de marcas blancas, me ha venido a la cabeza, en gran medida gracias a un post del blog de Conner Kent, que llevo tiempo ahorrando para una futura, definitiva, y arriesgada emancipación (ya que la de ahora es entre semana y por motivo de estudios). Todos tenemos un sueño que deseamos cumplir a mediano o largo plazo, y éste es el mío. Y es que hace casi 24 años que vivo con mis padres, unos años fantásticos de los cuales no puedo quejarme ni reprochar lo más mínimo, sólamente que son muchos años. Quizás demasiados.

Llevo 2 cursos viviendo en Barcelona debido a que ahora estudio en la UAB. Dos cursos que se traducen en dos años fantásticos viviendo sin el control exhaustivo y, en ocasiones, agobiante de mis padres. Dos años sin un examen diario de tareas, sin los "límpiate la habitación que huele a perro muerto", sin ese famoso "si sales no bebas", o con los "cuidado con la noche que tiene unos vicios revueltos que son muy malos", sin olvidarnos de los procesos interrogatorios de "dónde vas, con quién vas, cuándo vas, cuándo vuelves, llámame cuando llegues, despiértame al volver". Dos años sin ataduras en los que he podido empezar a valerme por mí mismo y descubrir lo que es vivir fuera de casa. Y lo que es más importante: dos años en los que he visto que me gusta, que me veo capaz, y que ya ha llegado el momento de hacerlo definitivo.

Así que meses atrás, ya siendo consciente de ello, me encaminé a una tienda de esas de "hay de tó pero no hay de ná" (una especie de todo a 100 al que voy a menudo y en el que siempre acabo comprando porquerías que acaban desterradas en alguna caja), y me hice con una hucha con forma de híbrido entre un sapo y un botijo. Ahí empezó el camino hacia ese sueño que espero cumplir. Total, que durante una noche de reflexión profunda con la almohada, hice un cálculo aproximado de cuánto me gastaría en aparatos electrónicos, muebles, cacharros de cocina y demás. El resultado? Tirando corto unos 3.500€ (eso se debe a que uno es un poco derrochador y prefiere morir sin un duro a que lo entierren con la cartilla de ahorros). Claro que ahí añadí un tanto más, dando por supuesto que se me pudiera ir la cabeza comprando algún artilugio innecesario para ese primer desembarco. Desembarco en el que me gustaría que me acompañara un gato. Sé que siempre he querido un perro, y me he hecho auténticas jartás a llorar siendo un crío, al llegar la navidad y encontrarme bajo el árbol un puto pack de puzles en vez del bulldog francés que reclamaba, pero no quiero tener uno sin disponer de dinero, espacio, y, sobretodo, tiempo y atención que dedicarle.

Nadie le toca los cojones al gato de Chuck Norris

No hay mucho mas que contar. Es, posiblemente, una historia que algunos habréis vivido ya o que estaréis a punto de vivir, así que no os estoy descubriendo las américas. Ésta es una de esas cosas que, en cuanto se dispone de los medios materiales y del valor necesario para hacerlo, deben plantearse. Y eso es lo que yo he hecho, pese a no contar aún con los medios. No tengo ni idea cuando podré dar el paso definitivo, si será en uno o quince años, pero ya he empezado a recorrer el camino hacia ello.

Eso sí, guardadme las cajas de vuestros televisores, que uno no puede predecir si sus sueños caerán en saco roto, o si el piso acaba siendo un puente y las sábanas de seda unos cómodos cartones.

12 de mayo de 2008

Premio "Brillante Weblog 2008"

Resulta que Rafalet desde su fabuloso blog "Crónicas Ibéricas" ha pensando en mí para entregarme el Premio Brillante Weblog 2008. Ésto es, en realidad, un premio-cadena. Una vez lo recibes, debes entregarlo a los siete blogs que consideres que, por su diseño y temática, son merecedores de ser premiados.



Más allá del premio en sí, éste es una buena forma de hacerse publicidad, ya que, al entregarlo, has de citar en tu blog quién es que te lo entregó, y linkar el post en el que se te ha nombrado ganador. Pero esto no es cosa mía, son las "normas" que conlleva recibirlo. La verdad es que me ha hecho mucha ilusión, pero, debido al poco tiempo que llevo con este blog (los dos anteriores que tenía los declaro oficialmente muertos) no lo daré, por el momento y tal y como me pertocaría, a otros blogs. Esperaré algunos meses más hasta que tenga una visión algo más amplia de la blogosfera.

Así que poco más que decir, simplemente dar las gracias una vez más a Rafalet por el premio. Aunque esto sea una cadena, a uno le encanta y le enorgullece que, de entre tantos y tantos espacios existentes, se le tenga en cuenta su humilde aportación. Gracias. Ahora, a lucirlo.

7 de mayo de 2008

Kilómetro cero

El otro día, durante una charla distendida, una buena amiga me preguntó el por qué de la creación de éste blog. Que a qué se debía que hubiera empezado a escribir en un rinconcito, dentro de ése instrumento público llamado internet, exponiendo mis opiniones, críticas, temores, malestares, alegrías, sinsabores, y todo lo que se os ocurra.

Estuve dándole vueltas al asunto, intentando recordar un por qué, puesto que mis anteriores aventuras en el mundo blogueril habían resultado un fracaso estrepitoso. Bien, el punto de partida es muy simple. Un blog, almenos a mi entender, es una especie de reflejo, cual espejo, de la persona que lo escribe. Y dice mucho más de esa persona de lo que, en un principio, pudiera parecer. En ocasiones, incluso, más que si se expresara cara a cara. En función de los temas de los que habla un blog, de cómo trata sobre ellos y de su manera de escribir, uno puede hacerse una idea de cómo es quien se esconde trás él. Cada vez que entro en mi blog y me releo una y otra vez los posts buscando algún posible error en ellos (ya sea de tono, temática, etc.), me doy cuenta de cómo soy, y de cómo estoy desnudándome ante aquellos que, sea por el motivo que sea, han decidido entrar a leerme. Tener blog te permite expresar por escrito tus gustos, aficiones, rencores, decepciones... aquello que no serías capaz de soltar mediante el habla. Y aquí es dónde empezó este cuento.



El nacimiento de esta aventura surgió de un malestar propio, de mi resignación al aceptar un cambio de actitud de alguien cercano. De ver como algo cambiaba sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. No se trata, pues, de una decepción, puesto que cada uno es libre de actuar cómo, cuándo, dónde, y con quién quiera, sino que se trataría de una aceptación forzosa. Una aceptación que me llevó a cobijarme en mí mismo y necesitar de un espacio en el que poder escribir aquellos devaneos que me sacudían la cabeza. La interpretación que cada uno le déis a este párrafo es cosa vuestra. Yo escribo, vosotros interpretáis. Y es que hay cosas que a uno, aunque le jodan el alma, no le sale decir ni en papel ni en voz baja. Y todo por el miedo, el puto miedo. Pero no, lo que surgió en uno de esos momentos de cabeza baja, exceso de recuerdos en la mente, y Andrea Bocelli sonando en el Ipod, no tiene por qué acabar de un modo similar.

Abrir un blog no es un grito al infinito en el que el eco te devuelve tu voz, es la entrada en una comunidad, puesto que, lo mismo que tú escribes, también lees los rincones de otros. Y así se genera un círculo vicioso de dependencia, y es en este sentido que hablaba sobre que, una vez inmerso en este océano que es la comunidad de blogs, me será difícil quitarme el mono.

Así como éste tipo de posts suelo escribirlos después de ingerir alguna que otra cerveza, en esta ocasión le he de achacar la culpa al último cd de la preciosa Sarah Brightman, "Symphony". Más concretamente a los temas Sara Qui (con Alejandro Saffina), Canto della terra (con Andrea Bocelli), y Pasión (con Fernando Lima). Preciosos.

5 de mayo de 2008

La verdad duele

Últimamente me encuentro con que todos los jueves, una manada de histéricas que se sientan en la parte de atrás de mi clase comentan qué esperan encontrarse esa misma noche en televisión, concretamente en Operación Triunfo. Y no me refiero a qué canciones interpretarán los concursantes, ni tampoco qué coreografías llevarán semi-aprendidas, ni quién será el favorito de la gala. Estoy hablando de las críticas del jurado hacia las actuaciones vertidas. Más concretamente, las críticas de Risto Mejide.

Para unos se trata de un genio, para otros de un hijo de la gran puta. ¿Y qué opino yo? (que para algo es mi blog) Pues que es un genio, de esos que muy de vez en cuando aparecen y nos permiten sonreír en frente del televisor, sabiendo que lo que nos entra por los ojos no es mierda edulcorada. Risto, además de ser un premiado publicista, es el único miembro del jurado de un concurso en decadencia que se atreve a decir aquello que otros sólo piensan. Directo, sin florituras, como un espadachín que efectúa una estocada certera. En un concurso que busca talentos en dónde no se encuentran no vale el bisturí. Se deben decir las cosas tal y como son, y eso es lo que él hace. No son ofensas, ni insultos, ni faltas de respeto. Son puras y llanas palabras, reflejo de la realidad que, un día u otro, ese chaval o chavala se encontrará cuando salgan a la calle. Cuando dejen ese mundo de ensueño que es Operación Triunfo, en el que a uno lo miman, lo ayudan, le componen el tema, y lo empujan al escenario.

La vida de a pié no es lo que se encuentran una vez que entran ahí: éxito mediático, sueldos importantes, sentirse reconocido y admirado, jaleado por las calles, etc. El día a día es duro, y es para quién lo pelea con uñas y dientes, para quién se hace valer, y, a su vez, demuestra que lo vale. Y ahí es dónde entra el término de "producto" que tanto le gusta usar a Risto. Convertir a alguien en un producto es la única forma de llegar al público y permanecer en el recuerdo. Para ello es necesario innovar, llegar a un público superior a lo que ya existe, y, sobretodo, resultar rentable. Pero de la misma forma en que puede ser susceptible de ser consumido, también puede ser ignorado por el mercado. Y eso significaría convertirse en un juguete roto. En alguien a quién la fama levantó de un soplo y dejó caer a los pocos metros desde una considerable altura. Lo que él hace con los chicos es prepararlos para el exterior, pues éste está lleno de tiburones, buitres y sanguijuelas que los desangrarán vivos, los utilitzarán, y luego los tirarán sin mediar palabra, como si fueran un kleenex.

Es cierto, y sería muy demagogo si lo negara, que la actuación de Risto Mejide en televisión es la de un producto. Su producto. Él siempre ha dicho que en Operación Triunfo tiene un comportamiento que puede diferir y difiere del que muestra en su premiada agencia de publicidad. Pero es su comportamiento, es su producto, es su éxito. No importa que lo consideren un chulo o un gilipollas; no importa que lo amen o que lo detesten, que lo exhalten o que lo aborrezcan. Lo importante es estar en boca de todos. ¿Acaso no es eso lo que buscan los publicistas? ¿Y qué se supone que es OT y qué ha de hacer con los concursantes que entren? Pues eso mismo.

He de admitir que lo admiro, y mañana, sin falta, y pasadas las compras compulsivas y, en demasiadas ocasiones, mediáticas de Sant Jordi, me encaminaré a alguna librería a por su libro, "El pensamiento negativo". Y oye, ojalá pueda seguir oyendo durante mucho más tiempo a esas histéricas del fondo sur de mi clase como preparan el avantmatx de la gala de los jueves.

4 de mayo de 2008

Me llamo Earl

Hacía tiempo que quería escribir alguna cosa sobre la serie que ocupa la mayoría de noches en que decido ver algo que no sean películas. Ésta es Me llamo Earl, una magnífica serie que podrían haber firmado los hermanos Coen. Una mezcla entre el destino y la vida, tan inteligente a veces, como delirante y absurda en otras, que es imposible que no consiga arrancarte una sonrisa.

Para los que aún no la conozcáis, Earl (Jason Lee) es un personaje que ha tomado muchos caminos equivocados en la autopista de la vida. Ladrón y estafador de poca monta, persona violenta, amigo de las detenciones... pero su vida dará un giro de carácter totalmente renovador al descubrir en un programa de televisión el concepto del karma, en donde el presentador asegura que su gran éxito es un resultado directo de hacer buenas acciones para ayudar a la gente. Y, con la esperanza de poder lograr una vida mejor, decide empezar a corregir todas las malas acciones que en algún momento de su vida ha hecho a la que gente que tenía alrededor. En el proceso de enmendar todas sus malas acciones encontramos a Randy (Ethan Suplee), el hermano de Earl. También a su ex-mujer Joy (Jaime Pressly) y a su marido, Darnell (Eddie Steepless), más conocido como Hombre Cangrejo. Sin olvidar a Catalina (Nadine Velazquez), la mujer de la limpieza del hostal en dónde se alojan Earl y Randy.


Me parece una grandísima serie: fresca, divertida, dinámica, emotiva... genial. Cada capítulo es de 20 minutos, por lo que se hace rápido de asimilar, y si a eso sumamos que cada uno es prácticamente independiente al anterior, la serie gana muchos enteros. Y no, pese a lo que pueda parecer, la serie no sigue una misma trama de "elijo algo de la lista de malas acciones, la enmendo, y se acaba el episodio". No, es muchísimo más que eso; en cada episodio ocurren muchísimas historias, y éstas no te dejan impasible. Se hace complicado enumerar los aspectos delirantes de esta serie cuando respira imaginación y trabajo por los cuatro costados:

-El baile de la caña de pescar de Randy
-El "Hola Earl" - "Hola Hombre Cangrejo"
-El baile del robot de Earl
-Las reflexiones de Randy acostado en la cama
-La cordura de Randy con 4 latas de cerveza
-La locura de Randy con la 5a lata de cerveza
-Que Earl salga siempre con los ojos cerrados en todas las fotos

Y tantas y tantas otras. Son pequeños detalles, detalles sencillos y, posiblemente, estúpidos, pero que cobran sentido gracias a la magia de esta serie. Y es que Me llamo Earl le da vida a las cosas sencillas.
A una serie se le han de pedir personajes auténticos y redondos, y ésta los tiene. Se le han de pedir historias diferentes, que te entretengan, sorprendan, y te atrapen enfrente de la pantalla, y ésta también las tiene. Lo que no tiene son los y las típicas macizorros/as que acostumbran a aparecer en series yankis. Tampoco a los guapitos triunfadores, que viven en mansiones con las que no podríamos ni soñar, conduciendo coches de lujo y mirando por debajo del hombro a todo aquel que se cruce. Éstos aquí no tienen cabida. Los personajes son gente normal (dentro de su mundo, por supuesto), gente con la que te podrías cruzar una tarde paseando por la calle. Podría escribir más y más, pero prefiero que la descubráis por vosotros mismos. Y aunque diste lejos de obras de arte como Los Soprano o El Ala Oeste, os recomiendo encarecidamente que le deis una oportunidad. No os arrepentiréis.


¿Han pensado alguna vez en ese tío que solo comete malas acciones,
y se pregunta por qué su vida es una mierda? Pues así soy yo.


Calificación: 7,5
 
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