30 de junio de 2008

¡Campeones de Europa!

No podía dejar pasar este acontecimiento. Y es que durante todo el año hay que aguantar reproches, críticas y enfrentamientos entre las diferentes aficiones que componen el espectro deportivo de nuestro país. Pero la selección... la selección nos une (almenos a la mayoría). Y más en ocasiones como ésta, ganando frente a Alemania el segundo título en la historia.
Hemos oído el slogan de Cuatro durante meses, un claro y contundente Podemos. Y, por segunda vez en la historia de la selección, así ha sido. Han tenido que pasar 44 años para que la selección española recuperara el respeto futbolístico que, desde hacía demasiado tiempo, perdía en los Cuartos de final.

En momentos como éste, un servidor no puede más que apartar cualquier divergencia política que tenga, y centrarse únicamente en el deporte. Y es que el fútbol, el dichoso y maravilloso fútbol, es el único capaz de conseguir un sentimiento de unidad (lo cual no deja de ser muy triste): peperos con socialistas, ateos con católicos, blaugranas con madridistas... y así un largo etcétera.

Ya lo dicen: el futbol es el opio del pueblo. Y yo que me alegro de que en días como éstos lo sea. Felicidades campeones.

29 de junio de 2008

Después del 1 va el 2, luego el 3...

Siempre he oído decir que los niños, cuando son pequeños, son unos trastos. Se caen y hacen daño, dejan las cosas tiradas por cualquier sitio, pierden los juguetes, los rompen... Pero jamás he escuchado que mis padres ni nadie dijeran eso de mí, excepto en lo de caerme y hacerme daño (ostento el dudoso "honor" de haberme pelado las rodillas nueve veces en un año).

Desde crío he sido un chaval muy cuidadoso con mis cosas. Prácticamente nunca he roto un juguete, y tampoco los dejaba tirados por cualquier sitio. Siempre he procurado tenerlo todo bien ordenadito en cajas, para que cuando me hiciera falta supiera dónde irlo a buscar. Años más tarde, hasta llegar al día de hoy, continúo con esa misma tónica.

No me considero amante de la limpieza, pero no soporto la suciedad. Y mucho menos el desorden. Cuando cocino me gusta ir limpiando todo cuanto mancho, y que todos los utensilios vayan dipositándose o en el lavaplatos o en el fregadero. La cocina debe quedar totalmente limpia antes de empezar a comer. La mesa, a su vez, debe contener todo aquello que podremos necesitar durante la comida, evitando que nos tengamos que levantar una y otra vez porque nos hemos dejado cosas. Mi familia y amigos pueden dar buena cuenta de mi comportamiento en la cocina.

Fuera de ésta, me gusta que todo esté en su sitio. En el armario, la ropa ordenada por temporada. Los jerseis con los jerseis, las camisetas con las camisetas, las camisas con las camisas. Mi basta colección de dvd's está ordenada por género del film, y dentro de éste por órden alfabético, u ordenada por director y año de producción. Lo mismo ocurre con mi colección de cd's y libros, ordenada del mismo modo. Lo que me descargo de internet está todo grabado en cd's y dvd's, separado en bovinas préviamente etiquetadas para saber qué contienen. Mis apuntes de Universidad están clasificados por materias y correctamente numerados y ordenados en archivadores. Y podría seguir, pero creo que ha quedado claro que soy muy meticuloso en lo que al orden se refiere.

¿Y por qué cuento esto? Pues porque este fin de semana me he traído unas cuantas cosas del piso de Barcelona, y, por falta de tiempo, no he tenido más remedio que dejarlo todo amontonado encima del escritorio. Hace un rato me he acercado a ver y me he puesto nervioso. Necesito colocarlo todo en su sitio, dejar el escritorio impoluto, tal y como estaba antes de la avalancha de trastos.



Me pregunto hasta qué punto es normal que sea tan ordenado, pulcro y meticuloso en cosas "del hogar". Saber cuando uno traspasa esa barrera que separa la decencia de la enfermedad o adicción. Pero suelen decirme que, aunque sólo sea por eso, soy un buen partido. Y diciéndomelo me hacen feliz durante unos segundos... aunque luego me tope con la realidad de que sólo son simples palabras. Bah.

18 de junio de 2008

Premio "Dardo 2008"

Cosas como ésta son las que animan a uno cuando no tiene más compañía que la del ordenador, la de 300 páginas de apuntes, y la firme convicción de que ha suspendido en Ciencias de la Administración. Y es que _Meia_ desde su blog "Me cansé de ser maceta" me ha concedido el Premio Dardo 2008, que por lo que pone en su prospecto, "Se entrega a los bloggers que plasman unos ciertos valores en su blog, transmitiendo movimientos literarios, culturales o éticos y demostrando su valía como personas con el día a día a través de los artículos que escribe en su blog. La calidad de los textos y su claridad también cuentan para facilitar la comprensión de los lectores, así como la selección de noticias, interesantes y que se alejan del montón. Pues eso.



No sé si cuando pensó en mí para entregármelo tenía un mal día. Tampoco puedo demostrar que el premio me lo haya dado para pedirme algo a cambio (sí... seguro es por eso), pero lo que sí puedo afirmar de manera tajante es que me ha hecho mucha ilusión recibirlo. Tiempo atrás ya hice una entrada en la que expliqué el por qué de mi blog (link a la entrada), y siempre me he intentado mantener constante, pero no puedo negar que me alegra enormemente el hecho de saber que entra gente al blog a leer las memeces que en él escribo.

Y bien, yendo directamente al turrón, resulta que este premio tan solo se lo puedo entregar a dos blogs. Difícil elección. Pero después de mucho pensar... the Dardo goes to:

Crónicas Ibéricas: Poco que decir... es un blog de lectura diaria obligatoria. Cuando no postea sobre cine, lo hace sobre música, videojuegos, anime, electrónica, noticias de diverso tipo... y con un diseño acojonante. Lleva cerca de 4 años con el blog, y que sigan muchos más.

Desvaríos: Sé que hubiera preferido que le entregara una hermana gemela de Virgina (la concursante de OT), pero se deberá conformar con ésto. ¿Motivos para la entrega? Pues que sus posts se me hacen, en ocasiones, muy próximos. Me encanta la disparidad de temas que pone en su blog, desde críticas musicales, a mostrarios de fragancias (tomé nota de varias...), relatos cortos, etc.

Y bueno, debo hacer mención a otro blog, y entregarle el "Premio Dardo Honorífico 2008" (el cual me acabo de inventar, pero da igual):

Me cansé de ser maceta: Y es que, sin duda, le hubiera entregado este premio si no fuera porque ella fue quién me lo entregó a mí antes. Entonces, y para no repetir premiados, he querido entregarlo a otros blogs. Pero sin duda se merecía que la mencionara, puesto que fue una de las primeras que visitó mi blog, y el suyo fue uno de los primeros que visité a diario. Nunca sabes con qué te vas a encontrar al entrar en él, y es eso mismo, su variedad y disparidad, lo que lo hace tan recomendable. Además, ella se va desnudando poquito a poco (que no literal, aunque...) ante los que entramos a leerla, y es que, con msn o sin él, cada día te conocemos un poquito más. Y eso, en algo tan frío como los blogs, se agradece. Nada, que te he cogido cariño.

Y bien, los premiados, en caso de creerlo oportuno, podéis entregar el premio a los 2 blogs que consideréis. Eso sí, sigáis o no con esta cadena, continuad con vuestros blogs... por lo menos hasta que siga manteniendo las retinas en su sitio.

16 de junio de 2008

Compadre, cómprame un coco

Hoy he empezado el día leyendo en una web que una cajera francesa se está haciendo famosa por relatar en su blog las situaciones curiosas que suceden en el supermercado en el que trabaja. Empezando en las peleas, pasando por los robos, las quejas, las consultas estúpidas de los consumidores... en fin, relatando todo lo que puede suceder dentro de un supermercado durante las 12 horas que éste se mantiene abierto al público. Algo parecido a un Gran Hermano pero sustituyendo la casa de Guadalix por un Carrefour roñoso, y con algo menos de presupuesto para el espectáculo. Pero es que 12 horas dan para mucho.

Todo el que ha trabajado de cara al público sabe qué significa eso. Sabe qué es el tener que lidiar con un cliente que no escucha y no atiende a razones, y que ha venido a cambiar, sí o sí, un equipo de música porque el mando de la minicadena le viene sin una de las pilas. Puede entender por lo que pasa uno cuando ha de explicar a algún tarugo que, el hecho de que en un DVD de Indiana Jones haya pegada una etiqueta que ponga "Pilas Duracell 2€" se debe a que alguien ha cambiado la etiqueta, y que no se le va a cobrar la película a esos 2€, por más gritos que pegue o por mucho que se acuerde de tu madre. Alguien que haya trabajado cara al público será consciente de que, a alguien que te pregunta si puede comprar únicamente el libreto que viene con el disco de la Soraya para poder verle las piernas, sólo se le puede responder enseñándole la sección de dvd's eróticos y pseudo-pornográficos. Quien haya trabajado de cara al público supongo me comprenderá. Y quién no, que lo intente, puesto que los casos anteriormente citados son ciertos.



No hay que caer en el engaño de que siempre somos los clientes quienes podemos optar al calificativo de "imbéciles". También puede haber dependientes imbéciles, o cajeras imbéciles (por eso de la paridad, para que luego no se diga). Aunque vaya, explicar esto daría para otro post, y no viene al caso.

Durante algo más de 2 años trabajé en el departamento de Cine y Música de un gran hipermercado (el cual no diré, pero quienes me conocéis ya sabéis cual es), y allí, durante mis largas jornadas de trabajo, conocí a personas de lo más variopintas, escuché preguntas con imposibles respuestas, y viví situaciones totalmente esperpénticas. Eso sí, no sería justo omitir que conocí a gente fantástica (tanto compañeros de trabajo como a clientes), y que echo muchísimo de menos el tiempo y los momentos allí vividos.

Como mi memoria no es aquello de lo que me siento más orgulloso, decidí apuntar aquellos comentarios más destacables para que no cayeran en el olvido y, en días como hoy, poder rememorarlos y echar unas risas. Así que os dejo algunos para que vayáis abriendo boca (Nota: todos son verídicos, escritos pocos segundos después de su escucha, por lo que poco pueden diferir de la realidad):

- “Quiero la película esa de la rata que está en una cocina y está hecha de dibujos y no son dibujos y mi crío se ríe pero no sé como se llama ni sé de qué va pero se la compré a un chino y hablan en español peruano de ese raro” (una madre en busca de Ratatouille después de sentirse decepcionada con su copia comprada en el Top Manta con el doblaje en español neutro)

- “Oye, la de los vaqueros bujarras... ¿os quedan?” (Brokeback Mountain)

- “¿Teneis el pack de la Supernanny? Sí, esa que enseña a los perros a comportarse” (menudo concepto tiene de los niños...)

- “Busco pelis infantiles gays, como El rey león o El libro de la Selva

- "¿Está en DVD la serie esa de los maricones?" Respuesta: "¿Los Hombres de Paco?" (la cara del hombre era todo un poema...)

- “En el Dos pájaros de un tiro de Serrat y Sabina, ¿Sabina canta bien o está ronco?

-
Tenéis Priti Jolma?” (Pretty Woman)

- "¿Me vendes el emule? Almenos compraré eso, ya que me bajaré la tienda entera..." (es sincero el amigo)

Ahora seguiría un "laaaargo y laaaargo etcétera". Como yo lo llamo, esto es "carnaza de cena y cerveza": el típico tema que saca uno cuando está en tono distendido con los amigos y hay alcohol y risas de por medio. Y es que las personas tenemos tendencia a reirnos de lo ajeno, a suponer que aquello de lo cual nos mofamos no será jamás motivo de burla hacia nosotros. A creer que jamás cometeremos los mismos actos o errores de los que nos hemos estado riendo.

A mí nadie me puede asegurar de que, en este preciso instante, una pareja comente con sus amigos que les atendió un chaval con cara de alelao e ínfulas de superioridad, el cual les estuvo contando tonterías antes de que se marcharan a la competencia. Todos somos mortales, podemos cometer errores... y eso hay que tenerlo presente en todo momento, estés delante o detrás del mostrador. Yo lo tuve claro, y espero que la francesa que ha dado pie a que escribiera esta entrada también. De lo contrario que se vaya despidiendo de su empleo, puesto que, de buen seguro, no tardará en perder las formas ante la más mínima provocación de un cliente cuando le devuelva mal el cambio de la compra.

11 de junio de 2008

Peces de ciudad

El despertador lleva sonando intermitentemente desde las 6:30 de la mañana, y el cansancio hace acto de presencia, llevándote a ignorarlo hasta una hora más tarde. Son las 7:30, ya no hay más prórrogas a las que acogerse; toca levantarse y afrontar un nuevo día. Otro día más. Otro largo, tedioso e interminable puto día más. En quince minutos de reloj me visto, me aseo, e intento dejar mi habitación lo más correcta posible. El tiempo avanza inexorable, y no hay segundos que malgastar si es que no quiero llegar tarde a mi destino. Así que cruzo un escueto "buenos días-hasta luego" con mis compañeras de piso (si es que a esas horas hay alguna que esté despierta) antes de salir por la puerta. No soy hombre de muchas palabras por las mañanas. No lo soy, almenos, hasta que un par de tazas de café entran en mi organismo.

Tampoco tengo tiempo de discernir si los 20 minutos de paseo que tengo hasta la estación de ferrocarril son reales o si aún estoy soñando. Prefiero no saberlo, tengo el piso demasiado cerca y podría regresar para seguir mi charla con la amohada. Gracias a ese magnífico invento llamado Ipod el camino se hace corto, y casi sin darme cuenta ya he recorrido el trayecto que me deja enfrente de la estación, billete en mano, y a punto de subir al transporte público. Es en ese momento cuando despierto y tomo conciencia de que, lamentablemente, dejé atrás la comodidad de mi cama. A lo lejos veo llegar el ferrocarril, así que cojo aire, escondo barriga, y me preparo a entrar a base de empujones, soportar el estacazo de unos cuantos codazos en mis costillas, y a no respirar durante unas cuantas paradas hasta que el vagón esté algo más vacío. Encontrar asiento es algo que ni se me pasa por la cabeza, jamás he creído en los milagros.

Una vez dentro y con el ferrocarril en funcionamiento, empieza la representación. La viejecita que se ha levantado dos horas antes para acicalarse de caras a su larga jornada de compras en el mercado, y sufre un carpetazo que le destroza la permanente después de que un hombre perdiera el equilibrio tras un bache. El chico que, sin apenas lugar en dónde poner los pies sin pisar a alguien, decide leer el periódico y, al primer frenazo, se lo estampa en toda la cara a una mujer con muy malas pulgas. El banquero recién duchado, trajeado y perfumado que se dirige a su lugar de trabajo y que, en solo cinco minutos, consigue que se desvanezca ese buen olor para adueñarse de un tufo con sobrecarga a sobaco y cosmopolitanismo de fragancias. El hombre que se agarra con la mano al techo del vagón para no perder el equilibrio, y que, durante su trayecto, da a probar su aroma de axilas a unas asustadas estudiantes. La mujer que no te quita los ojos de encima porque le acabas de rozar el culo con la mano, y, lo que es peor, que no consigues despegársela debido a que no hay espacio para hacerlo. El alitoso que no conoce lo que es un cepillo de dientes, que va con los auriculares puestos a todo volumen, y que te deleita, mañana tras mañana, con unas interpretaciones dignas de una actuación de karaoke a las 6 de la mañana salido de una monumental cogorza. Con todo esto no es de estrañar que medio viaje se haga con los cristales empañados.



Pese a lo que pueda parecer, no me quejo. Me encanta el transporte público, te permite conocer un poco más el gran abanico de culturas y de clases que hay presentes en tu ciudad. Desde los que tienen un nivel de renta medio-alto, a los de menos recursos, que usan el transporte para tocar algo de música y ganarse cuatro perras con las que costearse sus gastos. Desde los que usan los minutos de trayecto para sumergirse en las páginas de un libro, pasando por la mujer que se pinta los labios con mucha precaución por si hay un bache y se mete la barra de labios en el ojo, acabando en la cerda que se afeita en seco las piernas, dejando todos los pelos en el suelo (verídico).

Y es que, pese a ello, con el paso del tiempo uno se acaba sintiendo cómodo, como aquel que hace de lo ajeno algo propio. Con la única diferencia de que no sabes con qué sorpresa te vas a encontrar. Si con un trozo de bocadillo de aspecto poco apetecible entre dos asientos; si con una pintada en una de las paredes con la inquietante inscripción de "busco sexo o llamada para pajas"; si con una avería que te dejará tirado en el interior de un vagón durante una hora sin que te den explicación alguna; si con el breve discurso de un chico pidiéndote apoyo para un determinado tema, el cual ni entiendes ni quieres entender; si con la mirada perdida de una chica que lo único que está buscando es algo de conversación liviana; o si con el músico que se ganará alguna moneda interpretando el "Sólo le pido a Dios" de Mercedes Sosa.

Hace varios años me saqué el carné de conducir, y, pese a que es comodísimo disponer de coche propio y de la autonomía e independencia que éste te garantiza, seguiré abonado al transporte público durante algo más de tiempo. Seguiré indagando algo más sobre la gente de esta ciudad, entrando en sus vidas cuando el tren abra puertas, y saliendo de ellas cada vez que lleguen a su destino.

9 de junio de 2008

7 cosas sobre mi infancia

Ha pasado bastante tiempo, ¿verdad? Siempre pensé en que, por unos u otros motivos, abandonaría un tiempo el blog, pero no pensé que fuera durante tantos y tantos días. Llevo una época con bastante estrés y con más quebraderos de cabeza de los que estoy acostumbrado a lidiar, y es eso lo que me ha mantenido desaparecido. Supongo que a todos nos pasa.

No se me ocurría ningún tema ocurrente con el que volver a escribir en el blog, así que he recurrido a una de esas famosas cadenas que circulan por el cibermundo. Hoy contaré 7 cosillas sobre mi infancia, las cuales os contarán un poquito más qué tipo de personajillo soy:

1.- Cuando tenía entre 3 y 4 años, durante una excursión por el bosque con mi abuelo, llené un cubo con montones de insectos que encontraba bajo las piedras. Luego, una vez llegamos de vuelta a casa, me acerqué a la ventana de la vecina (mis abuelos vivían en un bajo) y lo vacié, dejándole el comedor infestado de bicharracos. Espero que jamás se entere de quién fue que le causó esos gritos histéricos ante tal ejército de seres vivos.

2.- Siempre he sido de los que prefiere trasnochar a madrugar, y de pequeño lo prefería también. No quería acostarme, y me encantaba ver la programación nocturna que mis padres, erre que erre, me prohibían noche tras noche. La solución la encontró mi padre, y fue la de alquilar películas de terror y/o gores. "¿Te quieres quedar despierto? ¿Sí? Pues prepárate...". Intentaba ser precavido, y me llevaba una manta con la que taparme la cara para no ver las escenas más asustadizas, pero la curiosidad podía conmigo. Resultado: hasta los 10 años fuí un crío muy miedoso, de esos incapaces de ir por sitios oscuros, de dormir de un tirón, de no despertarme con el corazón a cien y entre sudores, o de evitar pasar la noche tapado hasta la cabeza para no ver nada ni a nadie a mi alrededor. Y en la misma línea va el 3r punto.

3.- No sé si alguno habréis visto Poltergeist, una escena en la que un payaso de juguete cobra vida y arrastra a un niño bajo la cama, intentando matarlo. Pues bien, yo tenía un payaso prácticamente idéntico a los pies de mi cama, pero yo desconocía esa faceta suya. Una noche, poco después de ver susodicha escena, me desperté sobresaltado y lo vi, entre la oscuridad, mirándome fijamente. El miedo me podía, así que me tapé la cabeza con la almohada e intenté no volverlo a mirar con la esperanza de que así no me atacara. Conseguí dormirme, pero me desperté al poco, y al echarle un vistazo vi que no estaba a los pies de mi cama. Se había ido. Entonces, asustado y a oscuras, me levanté para encontrarlo... y allí estaba, con la cabeza asomando de debajo de la cama, y mirándome fijamente a los ojos. Iba a matarme igual que en la película. Recuerdo que me puse a chillar, grité como nunca había gritado, y mis padres vinieron corriendo a ver qué me pasaba. Mi madre siempre me dijo que estaba blanco, sudando, y con el corazón a punto de salirse por mi boca. Nunca más supe del susodicho payaso... creo se lo llevaron los basureros a la mañana siguiente.



4.- Unas navidades me regalaron peces de agua dulce. El típico pez anaranjado y su colega de ojos salidos (ya me entendéis). No recuerdo si llegué a ponerles nombre, tampoco si llegué a encariñarme de ellos. Lo cierto es que, a los pocos días, me puse a darles de comer mientras yo hacía lo propio con un nutritivo bocadillo de nocilla, y como se acababan cuánto yo les echaba en la pecera, les iba poniendo más y más comida. Al poco tiempo vi como uno de ellos moría por exceso de ingestión. Y al poco, su colega acabaría igual. A mí me entró el pánico y no quise comer durante días por miedo a acabar de igual forma.

5.- A los 5 o 6 años odiaba los canelones. La bechamel era de lo más asqueroso que había probado en mi vida, y les tenía auténtico pánico. Una navidad nos juntamos en casa unas 14 o 15 personas, todos familiares directos, y mi madre cocinó una fuente de canelones de tres pares de cojones. El simple hecho de pensar en que me debería comer uno de ellos me atemorizaba. Así que tramé un plan, el cual consistía en cebarme a vasos de agua para no tener estómago que ofrecerles a los canelones. Así evitaría tener que comerlos... o, por lo menos, evitaría comerlos en ese momento. Me bebí siete u ocho vasos, y, en el momento en que mi madre nos servía los canelones ante la mirada atenta de toda mi familia, vomité encima del plato. Tanta agua no podía ser buena. Mi malvado plan para librarme de los canelones no funcionó, puesto que al vomitar hice llorar a una niña (la cual no recuerdo quien era), y mi madre, además de castigarme, me reservó cuatro maravillosos canelones para que los comiera durante la cena bajo su atenta y temible mirada. Putos canelones.

6.- Una tarde, mientras mi abuelo dormía después de ver una película del oeste (las cuales me encantaba ver junto a él), se me ocurrió capturarlo igual que hacían los indios con los vaqueros. Pero, a falta de encontrar una cuerda con la que atarlo, usé celo. Y ese celo se lo puse por el pelo. Total, en cuánto despertó y me encontró dándole vueltas con el celo ya era demasiado tarde. Sus gritos de dolor al intentar quitárselo sin arrancarse el pelo eran estremecedores. Mi abuela tuvo que ayudarlo cortándole mechones de pelo para poder sacar todo el celo que le puse. Resultado final: mi abuelo llevó unos cuantos trasquilones en su look capilar, y a mí, a día de hoy, aún me suena en el oído el tortazo que me arreó.

7.- De pequeño siempre estaba enfermo. Lo más habitual en mí era tener gastroenteritis, con la cual cosa no me podía mover de casa, y debía tener un orinal cerca por si me entraba el más leve apretón (en casa ya no les daba el sueldo para comprar más sábanas para mi cama... tenía el esfínter ligero). Una tarde, cuando mejoré un poco, mi madre se fue de casa a hacer la compra para esa noche, dejándome solo en casa. Y claro, uno es joven y le entra hambre, así que, haciendo caso a sus consejos de "come sólo jamón salado, pan tostado, membrillo, y agua con limón", abrí la nevera y me bebí un vaso de leche con canela, aderezado con un bocadillo de butifarra negra. Mejor no os cuento como acabó la cosa, os podéis hacer a la idea. El médico pensaba que desaparecería váter abajo.

En fin, que echando la vista atrás me doy cuenta de que siempre he sido un bruto y un cafre, con lo cual puedo entender lo que soy hoy. No quiero enrollarme más, pero debo dar las gracias a quienes durante mi ausencia me han dejado comentarios, se han pasado por el blog, o me han mandado e-mails. ¡Gracias y hasta pronto!
 
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